El
Pub Jaque debería cerrar para descanso y reposo de sus clientes al
menos una vez al año, un alto en el camino que agradecerían sus
hígados a punto de ser envasados y servidos como el mejor paté de
los restaurantes de la “Guía Michelín”.
El lema del Jaque,
está escrito en el reverso de la puerta del váter, y cada vez que
te vuelves después de vomitar el quinto bourbon antes de que te
pudra el estomago, puedes leer:
“Todos nos sentimos mejor cuando peor nos cuidamos”
Era lunes, no existen ya los milagros los lunes desde hace dos años largos acá en que Marga y yo dejamos de aprovechar aquellos falsos claustros para nuestros encuentros en Ebro.
Un chirimiri mojaba las calles de la ciudad, pensé en caminar y contemplar el paisaje nocturno antes que apagaran la mitad del alumbrado a media noche, pero opté por acabar donde las alegrías y la melancolía suelen juntarse...el Pub Jaque.
Aún estaba el suelo húmedo cuando entré y Toni, el camarero, no se había colocado aún la pajarita que le aprieta la papada contra la barbilla cortándole el resuello, el cigarrillo pendía como un apéndice más de su cuerpo en la comisura de los labios, sólo lo retiraba para para esputar su mala suerte.
Toni apostó fuerte y pinchó el primer tema de la noche apuñalándome con frialdad por la espalda, sonaba “What now my love” del inmortal Elvis y apenas me estaba recobrando de la convulsión, cuando sonó el móvil y leí en la pantalla, centelleante, el nombre de Marga...
No tardó en llegar, iba preciosa, zapatos de fino tacón, falda corta de color mostaza que dejaba asomar un magnífico par de piernas enfundadas en una segunda piel de seda negra, camisa de fondo azul marino con pequeñas florescencias de mil colores, sobre la que se derramaba un manantial de pelo rubio que iba iluminando como una luciérnaga cada paso de la penumbra del Jaque.
Durante los últimos cuatro años y medio, solo ella y mi cirujano cardiovascular han manejado mi corazón a su antojo, para bien y para mal, aquella noche volvería a hacerlo...
Tras dos copas en que las miradas cómplices mandaron sobre las palabras vacías, Marga hundió la cabeza entre sus manos durante unos segundos eternos, y al levantarla, unas rebeldes lagrimas rasgaban sus mejillas, las retiró con el dedo indice de su mano derecha mientras decía:
Solo...
No quiero volver a verte, mi marido es mi cáncer y tu su metástasis, debo acabar con los dos para salir adelante...
La sentencia sonó como si por encima del Jaque hubiera pasado el metro de Nueva York, “Venecia sin ti” de Charles Aznavour sonaba en un viejo Lp de pizarra del desaparecido sello Columbia Records.
Aquella noche acabamos haciendo el amor en un hotel cercano, muy cercano, a su casa...
“Todos nos sentimos mejor cuando peor nos cuidamos”
Era lunes, no existen ya los milagros los lunes desde hace dos años largos acá en que Marga y yo dejamos de aprovechar aquellos falsos claustros para nuestros encuentros en Ebro.
Un chirimiri mojaba las calles de la ciudad, pensé en caminar y contemplar el paisaje nocturno antes que apagaran la mitad del alumbrado a media noche, pero opté por acabar donde las alegrías y la melancolía suelen juntarse...el Pub Jaque.
Aún estaba el suelo húmedo cuando entré y Toni, el camarero, no se había colocado aún la pajarita que le aprieta la papada contra la barbilla cortándole el resuello, el cigarrillo pendía como un apéndice más de su cuerpo en la comisura de los labios, sólo lo retiraba para para esputar su mala suerte.
Toni apostó fuerte y pinchó el primer tema de la noche apuñalándome con frialdad por la espalda, sonaba “What now my love” del inmortal Elvis y apenas me estaba recobrando de la convulsión, cuando sonó el móvil y leí en la pantalla, centelleante, el nombre de Marga...
No tardó en llegar, iba preciosa, zapatos de fino tacón, falda corta de color mostaza que dejaba asomar un magnífico par de piernas enfundadas en una segunda piel de seda negra, camisa de fondo azul marino con pequeñas florescencias de mil colores, sobre la que se derramaba un manantial de pelo rubio que iba iluminando como una luciérnaga cada paso de la penumbra del Jaque.
Durante los últimos cuatro años y medio, solo ella y mi cirujano cardiovascular han manejado mi corazón a su antojo, para bien y para mal, aquella noche volvería a hacerlo...
Tras dos copas en que las miradas cómplices mandaron sobre las palabras vacías, Marga hundió la cabeza entre sus manos durante unos segundos eternos, y al levantarla, unas rebeldes lagrimas rasgaban sus mejillas, las retiró con el dedo indice de su mano derecha mientras decía:
Solo...
No quiero volver a verte, mi marido es mi cáncer y tu su metástasis, debo acabar con los dos para salir adelante...
La sentencia sonó como si por encima del Jaque hubiera pasado el metro de Nueva York, “Venecia sin ti” de Charles Aznavour sonaba en un viejo Lp de pizarra del desaparecido sello Columbia Records.
Aquella noche acabamos haciendo el amor en un hotel cercano, muy cercano, a su casa...
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