jueves, 9 de abril de 2020

MADRUGADAS DEL JAQUE...LA DECENCIA O LA CONCIENCIA DE CAYETANA "DEL" ALBA



   El Jaque es un oasis en medio de este caos social, un lugar de copas que juega un papel fundamental mitigando el dolor y la desazón de los barrios del Mauror y Realejo-San Matías en tiempos de confinamiento, Toni su camarero, algún día deberá ser condecorado con la Medalla al Mérito Social a título vital, nada de póstumo -los agradecimientos en vida, ni pollas- que decía la «pescaera» de mi abuela Encarna.
   Pero creo, que Pablo Echenique, será entrenador de taekwondo antes de que llegue ese reconocimiento, ojo, que esta reflexión no cree alarmas contra la ética y la moral entre los abogados de pobres, ni votantes del partido lila, -que tal cual- se lo soltó, con la misma boca que come fideos, Marta Flich en su mala cara, en una edición de «Roast Battle», en la que, -el inútil político impedido- y la actriz presentadora se sacudieron verbalmente de lo lindo, sin acritud alguna, eso si.
   Toni empezó a calentar la noche con el himno por excelencia a la superación física -no se a cuento de qué- puso a rodar en el picú del Jaque, un tema que se convirtió en parte de la cultura popular estadounidense, ni mas ni menos que: «Gonna fly now» ¿quien no ha visto a Rocky Balboa subir los escalones que conducen al Philadelphia Museum de tres en tres, ¿eh? Pues eso...
   Hablando de condición física, hoy ando por los suelos -que se suele decir- mis huesos ya no son lo que eran, apenas les queda tuétano y es que los años no pasan porque si, mis rodillas y la pelvis de Toni Manero, han envejecido a la par, y ni yo subo montañas, ni el le da braguetazos a Stephanie Mangano al son de «Saturday Night Fever» (Bee Gees) señalando con el dedo la bola giratoria de espejos de la disco.
   A colación de esto Toni me recuerda el paso de los años mientras me sirve el primer Four Roses y nos embarga la nostalgia, que tiempos aquellos dice...
  Recuerdo en los setenta aquellas tardes-noches de desenfreno total, aquella barra capitoné del Jaque llena de medios cubalibres y abarrotada de chicas con pantalones acampanados o minifaldas de ante marrón y botas altas, combinadas con jerséis de croché de manga ancha y cuello vuelto y nosotros, con los pantalones de La Meca de Mesones, -aquellos de 3X2- de «Tergal» con vuelta en los bajos y un «minipú» de punto que dejaba ver: media camisa por abajo y unos impresionantes cuellos de pico extremado, a lo Toni Manero, que se desparramaban casi hasta los hombros, todo ello rematado con unos zapatos de charol en dos colores: el de los zapatos y el de la cara que se te ponía a las dos de la mañana de las rozaduras en los talones. Luego llegaron los Lois, los Alton y los Lewis, la moda vaquera.
   Por aquellos tiempos andábamos «esperrillaos» y no era la primera vez que a la hora del «cambio de ambiente» en el Jaque, completábamos la «dolorosa» con fichas de aquellas de dos ranuras para hablar en las cabinas de teléfonos públicos, no dábamos a basto, se necesitaba mucha pasta, era imposible.
  A las una de la madrugada -la hora del cambio-, el Pub Jaque se transformaba, llegaba la horda canalla, la chiquillería daba paso a la jungla nocturna que se hacía dueña del lugar.
Mary Hopkin entona «Que tiempo tan feliz», «vuelve a mis recuerdos la taberna del ayer», cantaba la galesa que quedó segunda en el Festival de Eurovisión del año 70.
   Esa madrugada se dieron cita dos personajes peculiares en el patio de ajedrez, primero hizo acto de presencia Cayetana del Alba y acto seguido lo hizo Cristóbal Colón, con solo unos minutos de intervalo sonaron los aldabonazos de una y otro...
  Cayetana era la librera del barrio, una mujer tan culta como abandonada a la soberbia el alcohol y la lujuria, rozaba la cincuentena mas por abajo que por arriba y salía por las noches todo lo que los demás no podían salir, decía para justificarse, que asolearse con la primera luz blanca del alba, le proporcionaba la elastina y el colágeno necesarios, para combatir las incipientes patas de gallo que salían de las comisuras de sus ojos cuando reía a piernas abiertas, la gente estaba más que acostumbrada a verla medir las calles cuando empezaban a retirarse los murciélagos y a cantar los verderones.
  El Padre Carmona, que también se las traía, se cruzó en numerosas ocasiones con Cayetana cuando salía furtivo de la alcoba de alguna feligresa con el alzacuellos manchado de carmín de quermes, un día en secreto de confesión, hizo reproche a sus costumbres y ella le respondió:
  -No me haga reír -que tengo el labio partío padre- que a maitines, mientras yo tomo el último trago de whisky, usted está tocando a las puertas del cielo con la polla.
   - Ego te absolvo a peccatis tuis, et nomen Cayetana del Alba, in nómine Patri et filii et Spiritu Sancti -le dijo un Padre Carmona visiblemente arrinconado contra las cuerdas del cuadrilátero confesional.
   -Amén guapo – contestó ella pasándose la puntita de la lengua de una comisura a otra de sus labios como muslos.
  De este modo Cayetana Fernández de Córcova -de los Fernández de Córcova de toda la vida-, salió bautizada como Cayetana “del” Alba.
Toni, con su habitual sentido de la oportunidad, tiró de plumero y desempolvó a “Antoñita Moreno” con el tema «La duquesa Cayetana», cuando le tocan la moral gasta una leche archiducal, cantaba Antoñita...
  Cristopher era un irlandés pelirrojo pintado de pecas que levantaba el morbo y los pezones de la parroquia femenina, llevaba años afincado y recluido en un carmen señorial de la calle Plegadero Alto, donde estudiaba todo lo referente a los fenómenos seculares y no se que historias de la cultura judía, hasta que una madrugada desvelado, salió a pasear bajo las estrellas y probó las mieles del Jaque, ese gesto cambiaría su vida...
   Una vez que atraviesas el umbral del pub de los sueños, entras en bolsa, y las chicas del barrio pujaban las unas con las otras a ver quien era la primera que adivinaba el secreto mejor guardado del irlandés, -hasta donde llegaban las pecas de Christopher-
  Christopher era un tipo guapo, alto, enjuto y bien plantao, por lo que Cayetana no dejó pasar la ocasión, se levantó, sacó su pequeño espejo se retocó los labios y me dijo:
  -Solo...
  -¿A que le hago caso, a mi decencia o a mi conciencia?
  -Solo te puedo decir Cayetana, que me aburre la decencia, y las pocas veces que le he hecho caso, al día siguiente he tenido un horrible dolor de conciencia, hay en mi vida pocos remordimientos que no corran el riego de que los olvide.
  Aquella noche Cayetana contando las pecas del irlandés, se encontró sorprendida, que éste solo tenía un testículo, el otro se lo malogró un caballo de una coz siendo un adolescente en la campiña irlandesa, pero el calibre del que le quedaba hacía por los dos y cuando el pelirrojo, con sorna, hacía el gesto de soplar y se tapaba la boca, se le ponía de pie como el huevo de Colón y a Cayetana, se le marcaban sus incipientes patas de gallo con su risa de piernas abiertas.
  Toni entró en la rebotica del Jaque, la noche iba de incunables y la vieja Stylus del picú, gruñía obligada a surfear sobre el ondulado grafito de Benny Goodman «El rey del Swing», las notas de «Christopher Columbus» cerraron un Jueves Santo que ya al alba, nació muerto.





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