El
Jaque es un oasis en medio de este caos social, un lugar de copas
que juega un papel fundamental mitigando el dolor y la desazón de
los barrios del Mauror y Realejo-San Matías en tiempos de
confinamiento, Toni su camarero, algún día deberá ser condecorado
con la Medalla al Mérito Social a título vital, nada de póstumo
-los agradecimientos en vida, ni pollas- que decía la «pescaera»
de mi abuela Encarna.
Pero
creo, que Pablo Echenique, será entrenador de taekwondo antes de
que llegue ese reconocimiento, ojo, que esta reflexión no cree
alarmas contra la ética y la moral entre los abogados de pobres, ni
votantes del partido lila, -que tal cual- se lo soltó, con la misma
boca que come fideos, Marta Flich en su mala cara, en una edición de
«Roast Battle», en la que, -el inútil político impedido- y la
actriz presentadora se sacudieron verbalmente de lo lindo, sin
acritud alguna, eso si.
Toni
empezó a calentar la noche con el himno por excelencia a la
superación física -no se a cuento de qué- puso a rodar en el picú
del Jaque, un tema que se convirtió en parte de la cultura popular
estadounidense, ni mas ni menos que: «Gonna
fly now»
¿quien no ha visto a Rocky
Balboa
subir los escalones que conducen al Philadelphia
Museum
de tres en tres, ¿eh? Pues eso...
Hablando
de condición física, hoy ando por los suelos -que se suele decir-
mis huesos ya no son lo que eran, apenas les queda tuétano y es que
los años no pasan porque si, mis rodillas y la pelvis de Toni Manero, han envejecido a la par, y ni yo subo montañas, ni el le da
braguetazos a Stephanie
Mangano
al son de
«Saturday Night Fever»
(Bee
Gees)
señalando con el dedo la bola giratoria de espejos de la disco.
A
colación de esto Toni me recuerda el paso de los años mientras me sirve el
primer Four Roses y nos embarga la nostalgia, que tiempos aquellos
dice...
Recuerdo
en los setenta aquellas tardes-noches de desenfreno total, aquella
barra capitoné del Jaque llena de medios cubalibres y abarrotada de
chicas con pantalones acampanados o minifaldas de ante marrón y
botas altas, combinadas con jerséis de croché de manga ancha y
cuello vuelto y nosotros, con los pantalones de La Meca de Mesones,
-aquellos de 3X2- de «Tergal» con vuelta en los bajos y un «minipú»
de punto que dejaba ver: media camisa por abajo y unos impresionantes
cuellos de pico extremado, a lo Toni Manero, que se desparramaban
casi hasta los hombros, todo ello rematado con unos zapatos de charol
en dos colores: el de los zapatos y el de la cara que se te ponía a
las dos de la mañana de las rozaduras en los talones. Luego llegaron
los Lois, los Alton y los Lewis, la moda vaquera.
Por
aquellos tiempos andábamos «esperrillaos» y no era la primera vez
que a la hora del «cambio de ambiente» en el Jaque, completábamos
la «dolorosa» con fichas de aquellas de dos ranuras para hablar en las cabinas de teléfonos públicos, no dábamos a basto, se necesitaba mucha
pasta, era imposible.
A
las una de la madrugada -la hora del cambio-, el Pub Jaque se
transformaba, llegaba la horda canalla, la chiquillería daba paso a
la jungla nocturna que se hacía dueña del lugar.
Mary
Hopkin entona «Que tiempo tan feliz», «vuelve a mis recuerdos la
taberna del ayer», cantaba la galesa que quedó segunda en el
Festival de Eurovisión del año 70.
Esa
madrugada se dieron cita dos personajes peculiares en el patio de
ajedrez, primero hizo acto de presencia Cayetana del Alba y acto
seguido lo hizo Cristóbal Colón, con solo unos minutos de intervalo
sonaron los aldabonazos de una y otro...
Cayetana
era la librera del barrio, una mujer tan culta como abandonada a la
soberbia el alcohol y la lujuria, rozaba la cincuentena mas por abajo
que por arriba y salía por las noches todo lo que los demás no
podían salir, decía para justificarse, que asolearse con la primera
luz blanca del alba, le proporcionaba la elastina y el colágeno
necesarios, para combatir las incipientes patas de gallo que salían
de las comisuras de sus ojos cuando reía a piernas abiertas, la
gente estaba más que acostumbrada a verla medir las calles cuando
empezaban a retirarse los murciélagos y a cantar los verderones.
El
Padre Carmona, que también se las traía, se cruzó en numerosas
ocasiones con Cayetana cuando salía furtivo de la alcoba de alguna
feligresa con el alzacuellos manchado de carmín de quermes, un día
en secreto de confesión, hizo reproche a sus costumbres y ella le
respondió:
-No
me haga reír -que tengo el labio partío padre- que a maitines,
mientras yo tomo el último trago de whisky, usted está tocando a
las puertas del cielo con la polla.
-
Ego te absolvo a peccatis tuis, et nomen Cayetana del Alba, in nómine
Patri et filii et Spiritu Sancti -le
dijo un Padre Carmona visiblemente arrinconado contra las cuerdas del
cuadrilátero confesional.
-Amén
guapo –
contestó ella pasándose la puntita de la lengua de una comisura a
otra de sus labios como muslos.
De
este modo Cayetana Fernández de Córcova -de los Fernández de
Córcova de toda la vida-, salió bautizada como Cayetana “del”
Alba.
Toni, con su habitual sentido de la oportunidad, tiró de plumero y
desempolvó a “Antoñita
Moreno”
con el tema «La duquesa Cayetana», cuando le tocan la moral gasta
una leche archiducal, cantaba Antoñita...
Cristopher
era un irlandés pelirrojo pintado de pecas que levantaba el morbo y
los pezones de la parroquia femenina, llevaba años afincado y
recluido en un carmen señorial de la calle Plegadero Alto, donde
estudiaba todo lo referente a los fenómenos seculares y no se que
historias de la cultura judía, hasta que una madrugada desvelado,
salió a pasear bajo las estrellas y probó las mieles del Jaque, ese
gesto cambiaría su vida...
Una
vez que atraviesas el umbral del pub de los sueños, entras en bolsa, y las chicas del barrio pujaban las unas con las otras a ver quien
era la primera que adivinaba el secreto mejor guardado del irlandés, -hasta donde
llegaban las pecas de Christopher-
Christopher
era un tipo guapo, alto, enjuto y bien plantao, por lo que Cayetana
no dejó pasar la ocasión, se levantó, sacó su pequeño espejo se
retocó los labios y me dijo:
-Solo...
-¿A
que le hago caso, a mi decencia o a mi conciencia?
-Solo
te puedo decir Cayetana, que me aburre la decencia, y las pocas veces que le he
hecho caso, al día siguiente he tenido un horrible dolor de
conciencia, hay en mi vida pocos remordimientos que no corran el
riego de que los olvide.
Aquella
noche Cayetana contando las pecas del irlandés, se encontró
sorprendida, que éste solo tenía un testículo, el otro se lo
malogró un caballo de una coz siendo un adolescente en la campiña
irlandesa, pero el calibre del que le quedaba hacía por los dos y
cuando el pelirrojo, con sorna, hacía el gesto de soplar y se tapaba
la boca, se le ponía de pie como el huevo de Colón y a Cayetana, se
le marcaban sus incipientes patas de gallo con su risa de piernas
abiertas.
Toni
entró en la rebotica del Jaque, la noche iba de incunables y la vieja
Stylus del picú, gruñía obligada a surfear sobre el ondulado
grafito de Benny Goodman «El
rey del Swing», las
notas de «Christopher Columbus» cerraron un Jueves Santo que ya al
alba, nació muerto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario