Últimamente
desafío el cansancio durmiendo tres horas diarias, hace tiempo que
mi sueño más plácido es cuando voy a mi buen amigo Otilio Ravaza
a que me corte el pelo en su cómodo sillón giratorio, allí duermo
como un niño pequeño en el camión de bomberos de un carrusel,
siempre me ha producido modorra que me escarben en la cabeza alta, en
casa, ya jode que lo poco que duerma sueñe que estoy despierto, en
el mejor de los casos sueño con un beso cortado por un bostezo y en
el peor de ellos, veo gente que sobrevive al COVID-19 para morir
después de la ruina económica que se cierne sobre ellos.
Bueno,
me doy prisa porque escribir un relato es contar muchas cosas en poco
tramo y en el menor tiempo posible de manera que seas conciso a la
vez que abundante, no se si me explico, algo así como describir un
asesinato en el espacio que ocupa el corte en el gaznate del cadáver.
Hacía
muchos años que no oía a Paul Anka, cuando entre al Jaque al filo
de la madrugada me sorprendieron los deliciosos acordes de uno de sus
grandes éxitos «Diana» una canción que tiene una bonita historia
de amor real como trasfondo.
Destino,
casualidad, azar o ese sexto sentido innato de la oportunidad del que
goza el gran Toni, no había terminado de dar vueltas el picú con
Paul Anka encima, cuando hizo entrada Diana...
Diana
era una de las dos hijas de Flora, la churrera soltera de la calle
Solares que andaba a todas horas churro dentro churro fuera, Juana, la menor
y más fea, en la que se fijó Dios y se colgó los hábitos y Diana la bella, en la se fijó Carlos Gales y Pómez de las Cortinas
y se descolgó las bragas.
Carlos
resultó ser un rufián abrazafarolas que vivió a la sombra de su
padre un Maestrante de Caballería de Ronda y Granada y de la Orden
de Santiago, que resultó a su muerte, que solo era propietario de
las deudas y pufos que había contraído en los últimos años de
vida sumido en la ruina más despiadada y ya se sabe, que cuando la
ruina entra por la puerta el amor salta por la ventana.
A
Diana apenas le quedaba de Carlos un puñado de tarjetas de visita en
las que se podía leer como carta de presentación: «Diana de Gales
y Pómez de las Cortinas» y unas cuantas pieles de astracán de las
que solo se desprendía momentos antes de practicar sexo oral para no
mancharse después con el rojo del colutorio de Oraldine que siempre
llevaba en su bolso para que los eructos no le oliesen a semen
retestinado, porque eso si, Diana era muy limpia.
Toni
siempre dice que si solo recuerdas a una mujer por su higiene y su
ropa, es el momento de empezar a olvidarla, que las mujeres tan
limpias no se trata de higiene sino de mala conciencia y que hay que
echarle una pastilla de Gallina Blanca en el bidé o parecerá que
hundes la cara entre las patas de una perdiz hervida, -también
afirma- que un piano no suena bien hasta que sus cuerdas no se
impregnan del olor de la acidez genital femenina apoyada en su cola.
Carlos
era un tipo tan celoso que estornudaba sin cerrar los ojos para no
perder detalle de lo que hacia su mujer, pero pretender que Diana no
saliese de noche a esas alturas del fracaso conyugal, era como
querer criar una leona del Serengueti con espinacas, aquella noche
Diana se acerco a mi y me dijo:
-Solo...
-Me
voy a separar, el mayor rato que he estado junto a mi marido estos
últimos años fue el otro día firmando los papeles en casa de su
abogado, hace tiempo que me di cuenta que solo nos unía el texto de
cinco páginas del libro de familia, he vivido engañada. Cuando
Carlos hizo separación de bienes aconsejado por su padre yo hice
separación de camas.
Se
acercó tanto a mi que su aliento empujaba el mio de vuelta a mi
boca, en sus ojos vidriados asomaban la codicia y la ambición. Lo
mejor de Diana era el embalaje, su interior no merecía ni una mirada
de reojo, hay mujeres que nunca podría aguantar sobrio, pero
reconozco que son ideales para el almanaque de un camión.
«Hay
mujeres envueltas en pieles sin cuerpo debajo»
Cantaba
el gran Sabina «Mujeres fatal», uno de los cortes del álbum «Esta
boca es mía»
El
aldabón golpeó, a manos de Farid Fayed, el portón trasero del
Jaque y Toni le franqueó la entrada, con él daba por
completo el aforo de alarma que si me seguís ya sabéis que está en
doce personas.
Farid
es un «moro granaino» de buena planta aunque parece que le corta el
pelo el barbero de Auswitch, un tipo con encefalograma plano, que sin
duda tiene más sabiduría en su nariz y su hígado que en la mente.
Cuenta
Toni -que todo lo sabe- que su abuelo perteneció a la Guardia Mora
de Franco y en una de sus visitas a Granada, estando alojado en el
Hotel Alhambra Palace que se ponía en su totalidad a disposición
del Caudillo, se dejó caer al Realejo donde conoció a Fernanda -su
abuela- y se casó con ella, Fernanda decía que era moro pero que
tenía la polla y follaba como cinco cristianos, que cuando
descapullaba se acababa el mundo, el único defecto que le veía es
que tenía un poco de rejumbre pero que sin que lo notase le echaba
una taza de vinagre al agua de la safa donde se aseaba y el hedor se
le perdía tres días.
Como
pago a sus servicios Franco le otorgó tierras y dinero con lo que el
abuelo montó un negocio de alfombras que fue derivando hasta
convertirse en una cadena de tiendas de souvenir granadinos y por fin
en unos grandes almacenes, su hijo continuó el engrandecimiento del
imperio y ahora su nieto, se encarga de traficar y esnifar la fortuna
paseando en su lujoso deportivo las mejores furcias de las
madrugadas.
Diana
vio a Alá entrar por el ajedrez del Jaque y no se lo pensó dos
veces, ya se conocían de atrás y por supuesto de delante, sacó sus
armas, el pintalabios y el rimel, y se retocó todo lo retocable, se
mesó el cabello y el pelo de astracán y me dijo:
-Solo...
-Para
que tirar del carro de la compra pudiendo tirar del de los palos de
golf...
-Aquella
madrugada hasta el alma de alcohol y cocaína se saltaron un control
de la benemérita por el confinamiento, durante la persecución puso
su deportivo a prueba y en el túnel del Serrallo derrapó
estrellándose contra una de las salidas de emergencia quedando cada
uno aparcado con su trozo de coche a cada lado de la calzada. Diana
llevaba tantas pieles encima que para hacerle la autopsia hubo que
llamar a «Paco Huete peleteros» el de la calle Salamanca.
Aún
no teníamos noticias del fatal accidente aquella madrugada al cierre
del Jaque, Toni escogió la última canción con la que apurar la
penúltima copa, entre los restos de hilos de humo de un cigarrillo
mal apagado en uno de aquellos ceniceros de Cinzano flotaban las
notas de «Candle in the wind» «Tu vela se apagó mucho antes de
que lo hiciera tu leyenda» cantaba Elton John a Diana Frances
Espencer Lady Di.
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