sábado, 25 de abril de 2020

MADRUGADAS DEL JAQUE...DIANA DE GALES

   Últimamente desafío el cansancio durmiendo tres horas diarias, hace tiempo que mi sueño más plácido es cuando voy a mi buen amigo Otilio Ravaza a que me corte el pelo en su cómodo sillón giratorio, allí duermo como un niño pequeño en el camión de bomberos de un carrusel, siempre me ha producido modorra que me escarben en la cabeza alta, en casa, ya jode que lo poco que duerma sueñe que estoy despierto, en el mejor de los casos sueño con un beso cortado por un bostezo y en el peor de ellos, veo gente que sobrevive al COVID-19 para morir después de la ruina económica que se cierne sobre ellos.
   Bueno, me doy prisa porque escribir un relato es contar muchas cosas en poco tramo y en el menor tiempo posible de manera que seas conciso a la vez que abundante, no se si me explico, algo así como describir un asesinato en el espacio que ocupa el corte en el gaznate del cadáver.
Hacía muchos años que no oía a Paul Anka, cuando entre al Jaque al filo de la madrugada me sorprendieron los deliciosos acordes de uno de sus grandes éxitos «Diana» una canción que tiene una bonita historia de amor real como trasfondo.
   Destino, casualidad, azar o ese sexto sentido innato de la oportunidad del que goza el gran Toni, no había terminado de dar vueltas el picú con Paul Anka encima, cuando hizo entrada Diana...
   Diana era una de las dos hijas de Flora, la churrera soltera de la calle Solares que andaba a todas horas churro dentro churro fuera, Juana, la menor y más fea, en la que se fijó Dios y se colgó los hábitos y Diana la bella, en la se fijó Carlos Gales y Pómez de las Cortinas y se descolgó las bragas.
   Carlos resultó ser un rufián abrazafarolas que vivió a la sombra de su padre un Maestrante de Caballería de Ronda y Granada y de la Orden de Santiago, que resultó a su muerte, que solo era propietario de las deudas y pufos que había contraído en los últimos años de vida sumido en la ruina más despiadada y ya se sabe, que cuando la ruina entra por la puerta el amor salta por la ventana.
   A Diana apenas le quedaba de Carlos un puñado de tarjetas de visita en las que se podía leer como carta de presentación: «Diana de Gales y Pómez de las Cortinas» y unas cuantas pieles de astracán de las que solo se desprendía momentos antes de practicar sexo oral para no mancharse después con el rojo del colutorio de Oraldine que siempre llevaba en su bolso para que los eructos no le oliesen a semen retestinado, porque eso si, Diana era muy limpia.
   Toni siempre dice que si solo recuerdas a una mujer por su higiene y su ropa, es el momento de empezar a olvidarla, que las mujeres tan limpias no se trata de higiene sino de mala conciencia y que hay que echarle una pastilla de Gallina Blanca en el bidé o parecerá que hundes la cara entre las patas de una perdiz hervida, -también afirma- que un piano no suena bien hasta que sus cuerdas no se impregnan del olor de la acidez genital femenina apoyada en su cola.
   Carlos era un tipo tan celoso que estornudaba sin cerrar los ojos para no perder detalle de lo que hacia su mujer, pero pretender que Diana no saliese de noche a esas alturas del fracaso conyugal, era como querer criar una leona del Serengueti con espinacas, aquella noche Diana se acerco a mi y me dijo:
   -Solo...
   -Me voy a separar, el mayor rato que he estado junto a mi marido estos últimos años fue el otro día firmando los papeles en casa de su abogado, hace tiempo que me di cuenta que solo nos unía el texto de cinco páginas del libro de familia, he vivido engañada. Cuando Carlos hizo separación de bienes aconsejado por su padre yo hice separación de camas.
   Se acercó tanto a mi que su aliento empujaba el mio de vuelta a mi boca, en sus ojos vidriados asomaban la codicia y la ambición. Lo mejor de Diana era el embalaje, su interior no merecía ni una mirada de reojo, hay mujeres que nunca podría aguantar sobrio, pero reconozco que son ideales para el almanaque de un camión.
   «Hay mujeres envueltas en pieles sin cuerpo debajo» Cantaba el gran Sabina «Mujeres fatal», uno de los cortes del álbum «Esta boca es mía»
   El aldabón golpeó, a manos de Farid Fayed, el portón trasero del Jaque y Toni le franqueó la entrada, con él daba por completo el aforo de alarma que si me seguís ya sabéis que está en doce personas.
   Farid es un «moro granaino» de buena planta aunque parece que le corta el pelo el barbero de Auswitch, un tipo con encefalograma plano, que sin duda tiene más sabiduría en su nariz y su hígado que en la mente.
   Cuenta Toni -que todo lo sabe- que su abuelo perteneció a la Guardia Mora de Franco y en una de sus visitas a Granada, estando alojado en el Hotel Alhambra Palace que se ponía en su totalidad a disposición del Caudillo, se dejó caer al Realejo donde conoció a Fernanda -su abuela- y se casó con ella, Fernanda decía que era moro pero que tenía la polla y follaba como cinco cristianos, que cuando descapullaba se acababa el mundo, el único defecto que le veía es que tenía un poco de rejumbre pero que sin que lo notase le echaba una taza de vinagre al agua de la safa donde se aseaba y el hedor se le perdía tres días.
   Como pago a sus servicios Franco le otorgó tierras y dinero con lo que el abuelo montó un negocio de alfombras que fue derivando hasta convertirse en una cadena de tiendas de souvenir granadinos y por fin en unos grandes almacenes, su hijo continuó el engrandecimiento del imperio y ahora su nieto, se encarga de traficar y esnifar la fortuna paseando en su lujoso deportivo las mejores furcias de las madrugadas.
   Diana vio a Alá entrar por el ajedrez del Jaque y no se lo pensó dos veces, ya se conocían de atrás y por supuesto de delante, sacó sus armas, el pintalabios y el rimel, y se retocó todo lo retocable, se mesó el cabello y el pelo de astracán y me dijo:
   -Solo...
   -Para que tirar del carro de la compra pudiendo tirar del de los palos de golf...
   -Aquella madrugada hasta el alma de alcohol y cocaína se saltaron un control de la benemérita por el confinamiento, durante la persecución puso su deportivo a prueba y en el túnel del Serrallo derrapó estrellándose contra una de las salidas de emergencia quedando cada uno aparcado con su trozo de coche a cada lado de la calzada. Diana llevaba tantas pieles encima que para hacerle la autopsia hubo que llamar a «Paco Huete peleteros» el de la calle Salamanca.
   Aún no teníamos noticias del fatal accidente aquella madrugada al cierre del Jaque, Toni escogió la última canción con la que apurar la penúltima copa, entre los restos de hilos de humo de un cigarrillo mal apagado en uno de aquellos ceniceros de Cinzano flotaban las notas de «Candle in the wind» «Tu vela se apagó mucho antes de que lo hiciera tu leyenda» cantaba Elton John a Diana Frances Espencer Lady Di.



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