La
única reforma que he hecho en mi casa en los últimos veinte años
ha sido esta mañana al cambiar mi querida cafetera Moka, por una
coqueta y descarada Nespresso que me regaló mi ex con el cariño y
la ilusión de que mi tensión algún día pegue una subida que mi
corazón salte como el contador de la silla eléctrica cuando
intentaron ejecutar a Willie Francis. Recuerdo con aflicción que al
pasar por su lado me chiflaba como los albañiles a la hermosa hija
de la portera del convento de las Comendadoras de Santiago, murió
entre lagrimas negras -mezcla de natural y torrefacto- aunque antes
que vencida por esa mala pécora de cápsulas, hubiese preferido
morir del piropo de una explosión de gas ciudad.
¡Ah!
También he repintado el interior de la puerta del «wáter-closet»
donde escribo lo más lúcido que me viene a la cabeza en esos
momentos de aprieto intestinal en los que estrujas el recto contra
las duramadres mas recónditas y oscuras y no sirve de nada.
Salgo
a la calle y llueve, desde hace unos días llueve por aspersión,
Abril nos trae lluvias que antaño pasaron de largo, tendremos agua
este verano aquellos a los que el virus no les apague la sed, llueve
sobre los tejados donde fuimos más que amigos, sin bares ni hoteles, -bajo el fracaso-, es el único sitio donde te sentirás seguro porque
nadie va a intentar quitarte el último puesto, cuando un amor de
verdad fracasa quedará en tu memoria para siempre, los otros, la
lluvia los arrastrará a los imbornales del olvido cualquier tarde
lluviosa de cielo plomizo de mangas largas.
Dos
golpes – espacio – un golpe – espacio – dos golpes... se abre
el Templo del Mauror, el Pub de los Sueños, el Jaque.
Gabinete
Caligari con su éxito «Al
calor del amor en un bar» pone
el ritmo y Toni las copas con el Winston colgando de la comisura de
los labios, música humo y alcohol, un encuentro planetario que diría
la muñeca diabólica que malparió Zapatero, la tal Leire Pajín.
Anoche
se juntaron las claras y las tantas, Toni se queja de que pronto
cerraremos a la hora de abrir, dice que este mediodía se ha
levantado como si se hubiese lavado los dientes con trementina y
después se hubiese enjuagado la boca con arena, cuenta que estaba
tan cansado, que escupía al wáter y le caía dentro de la boca,
pero es su vida, huérfano de madre, Toni tuvo una dura infancia, lo
único que pudo sacar de su padre fue el oficio y la afición al
Whisky a fuerza de crecer cogido de su mano siempre al lado de una
barra.
Hacía
tiempo que Juan Valdez no visitaba el Jaque, creo que cinco años y
un día mas otros tres de viaje en autostop desde Santoña al
Realejo, aquella madrugada apareció dando trompicones, se empeñaba
en no usar bastón y después de tantos años de ausencia le había
perdido las medidas a la ciudad y el pulso a sus costumbres, Valdez
veía de noche menos que un dálmata de porcelana china pero lo
suplía con su fuerza de voluntad y el instinto de supervivencia.
Hubo
un tiempo que su vida marchaba viento en popa a toda vela, las
papelinas dejaban buenos dividendos pero acabó siendo un ratero de
poca monta, cuatro radiocasettes y algún que otro puente en coches
ajenos para pasar la noche de juerga por los puticlub de carretera.
Hasta
que un día le ofrecieron el negocio de su vida, colaborar en el robo
de un banco en Santander, el dijo que se iba una temporada de
vacaciones a un apartamento en Santoña con vistas al mar, el sueño
de su vida, el asalto fue un desastre, en la huida, -entre que no
conocía Santander y que no veía mas allá de sus narices-, fue a
esconderse en una comisaría de policía. El apartamento soñado se
hizo realidad y se tiró cinco años y un día en «la
cárcel del mar»
en
la Prisión del Dueso, un penal que se construyó en 1907 en un lugar
privilegiado en la costa cántabra.
Elvis
Aaron Presley se hizo dueño del lugar cuando sonaba «Jailhouse
rock» una
de las mejores canciones de todos los tiempos, tema creado por Jerry
Leiber y Mike Stoller para la película «El
rock de la cárcel».
Juan
Valdez era un tipo muy castigado por la vida y por la genética,
tenía el rostro tenso y alargado como un ataúd, hay tipos que su
mejor cara es el ojo del culo, las pocas veces que reía parecía que
le tiraban los puntos de la fimosis y el aliento le olía al grisú
del Pozo de Lláscares.
Cada
mañana al levantarse miraba si había alguna piraña en el bidé que
llevarse a la boca, su menú diario era un triste plato de macarrones
cocidos con cápsulas de ansiolíticos gratinados para darle un toque
de color, aquella madrugada se puso lo mejor que tenía en su
armario, un traje gris perla que tenía más brillos que unas bragas
de pedrería, el muerto era más pequeño aún que él y parecía
con los tirantes que iba encarpetado, en el cuello de la camisa
llevaba escrito su epitafio...
Se
acercó a mi rincón y pidió un café, Juan Valdez solo bebía café
–de ahí su apodo, nadie sabía su nombre real- si alguien lo
invitaba pedía que lo enfriaran con un chorro de whisky, me pidió
un pitillo y me dijo:
-Solo...
-La
ceguera me llega a los pies, tengo durezas hasta en lo ojos y a mi
corazón le falla el hígado, hubo un tiempo -dijo con una sonrisa
biliar- que arrastraba un carrito de palos de golf, ahora arrastro la
máquina de diálisis por los pasillos del PTS.
-Cuanto
lo siento Juan, hay veces que no hay que bajar al infierno, está a
pie de calle, tómate un Whisky te invito -Le dije apesadumbrado, en
el fondo Juan era un buen tipo.
-Hace
mucho tiempo, años, -continuó diciendo- que no estoy con una mujer
Solo... mis últimas citas han sido con el forense y el marmolista,
anoche soñé que besaba a una chica, tenía los ojos vacíos y su frío aliento empañaba los míos, su vestido de seda rosa estaba tan
arrugado que parecía estar embutida en un ataúd, fue como si me
besara la encargada de echarle migas de pan a los muertos en el
cementerio.
Fue
la última vez que vimos a Juan Valdez, cuentan que a la hora de
amortajarlo la cara se confundía con su ataúd, la tanatoesteta de la morgue dijo, que era imposible sacarle algún lustre a aquel
desgraciado y convino, con las tres personas que estaban presentes,
en velar el cadáver bocabajo.
Al
darle la vuelta, en el cuello de la camisa se podía leer:
«Con
mi suerte seguro que me reencarno en un cadáver»
«You
can't always get what you want»
rasgaba el ambiente del Jaque que empezaba a perder la temperatura
conforme se apagaban las luces.
«No
siempre puedes conseguir lo que quieres» la balada de “Sus
satánicas majestades” despedía a Juan Valdez
No hay comentarios:
Publicar un comentario