El
Jaque me da la oportunidad de escribir lo que quiero sin tener que
justificar lo que digo, con mis personajes, me reservo la facultad de
mostrar el bien y el mal de la forma y manera que crea conveniente,
es prerrogativa del autor y como autor, solo tengo una
responsabilidad: narrar lo mejor que se las historias, luego, el
lector aprobará o condenará el resultado, pero nunca al autor.
Puedo
escribir sobre putas y chulos, estafadores, violadores asesinos o
drogadictas y mafiosos, acaso lo que haga o piense un personaje es
reflejo de su autor? Yo solo recojo historias, soy un cantor de lo
cotidiano que ya es demasiado ser, sobre todo, teniendo tan pocas
armas como son un bolígrafo y un puñado de servilletas.
Y
no olvidéis, solo el que escribe puede llevar la realidad a la
ficción o todo lo contrario
Son
la diez de la noche, la madrugada del viernes decimonoveno día de
confinamiento se acerca, mi fiel Toni, el camarero del Jaque, moldea
su cabello con una lágrima de «Gel-Gomina Wax Coco» para controlar
sus rebeldes rizos plateados, se abrocha el chaleco de solapas de
raso negro, los últimos botones de su camisa «Brighton Sols» y se
ajusta la pajarita «diamond» fucsia, se abre la sesión...
Suena
«Bienvenidos» y canta «Mike Ríos, el Rey del Twist»
Aquella
madrugada, sonaron los golpes del aldabón sobre el portón trasero
del Jaque con una cadencia rotunda y tardía, parecían los mazazos
que golpean el ronco tambor que acompaña en procesión al más bello
cristo crucificado andaluz, el del Silencio de Granada, del maestro
Mena.
Toni
el camarero, antes de comprobar quien era el dueño del siniestro
son, me miró entre los azulados hilos de humo que desprendía el
Winston decomisado que se consumía colgando de la comisura de sus
labios.
Mientras
Toni recobraba el aliento tras la sorpresa y apestillaba el viejo
portón, hacía entrada al ajedrez un tipejo enjuto bajo un sombrero
«fedora», un par de clavículas que arrastraban un montón de
huesos forrados por una vieja y descolorida gabardina de aquellas que
usaban las tropas de Garibaldi.
El
tipo en cuestión con las manos dentro de los bolsillos, se dirigía
hacia mi sin ningún género de dudas, y el muy cabrón de Toni no
aparecía por el lobby que da acceso a la parte trasera de la barra,
yo estaba ya en estado de guardia dispuesto a repeler un más que
posible ataque, dentro de las pocas posibilidades que me quedan de
poder repeler ataque alguno...
De
repente, empezaron a sonar los compases de «Nocturnos,
Op.9»
las corcheas del segundo nocturno, el más famoso, de los creados por
el gran maestro al piano Chopin flotaban en un aire que se podía
cortar...
El
tipejo en cuestión, se detuvo empañando con su aliento los
cristales de mis gafas de cerca que subían y bajaban sujetas por mis
orejas al compás de mis pobres latidos, levantó con el dedo índice
el ala de su sombrero «fedora», el criminal Clyde Barrow, usaba
fedoras de distintos tonos que su compañera Bonnie escogía para
cada ocasión...
Que
me aspen, me dije con los ojos como dos platos hondos, el maldito
«Jack Skeleton» era ni mas ni menos que mi querido Chopin...
Chopin,
en realidad, era Filiberto Rodrínguez Alcosta un lejano y apartado
descendiente de una familia de rancio abolengo, (los Rodringuez
Alcosta de toda la vida), que tenían un palacete en la Calle Niños
del Rollo, en el culmen de la colina del Mauror, muy próxima a la
Puerta del Sol.
Caían
las hojas del almanaque del año 70, cuando un jovenzuelo de apenas
veinte primaveras recién salido del conservatorio donde cursó
estudios de Piano y Fundamentos de Composición Acústica, se
presentó una madrugada a un Jaque que hacía pocas semanas que había
inaugurado sus ajedrezadas instalaciones y se ofreció para amenizar
las madrugadas al son de su piano, desde entonces hasta finales de
los 90, Chopin fue compañero de fatigas en el Templo del Mauror,
todavía lo puedo ver cantando Casablanca con los labios de una
fulana en la boca, acariciando el piano con un cigarrillo entre los
dedos de una mano mientras la otra hurgaba la bisectríz de la dama,
entonces el Jaque no tenía calefacción, la temperatura la marcaba
el piano de Chopin...
La
voz de Dooley Wilson interpretaba «As
Time Goes By»
una canción que fue llevada más tarde, en el año 42, a la película
Casablanca
para una de las escenas más recordadas de la historia del cine, hoy
80 años después endulzaba el aire del Jaque.
-Que
vas tomar viejo truhán- le preguntó Toni
-
Ponte un «Tendido
8»
de aquellos que me preparabas con tu infinita maestría.
Tendido
8, era conocido en el coso de la «Monumental
de Frascuelo» como un sector en el que daba el sol de macetilla al
inicio de la fiesta, para alcanzar la sombra conforme discurría la
faena, osea un «Sol
y Sombra»
Cuando
se quitó el sombrero pude apreciar un rostro que era un deshecho
orgánico, amoratao color cecina, Filiberto dio un largo trago
ayudándose de ambas manos para poder desplazar la copa hasta su boca
sin derramar el liquido, presa de unos horribles temblores que a
medida que bebía iban desapareciendo.
-No
cambias Solo, sigues siendo el mismo salvo que has recogido todos los
kilos que yo me he ido dejando en el camino- Me
dijo riendo
-
Siempre has sido un tipo asquerosamente listo -continuó
diciendo- se
que huelo a cadáver desde Pamplona, tomo pastillas hasta para cuando
me da un brote de felicidad, mi cuerpo no está acostumbrado a ella y
me provoca comezón, Solo, busco la muerte pero ella se ríe de mi y
no viene, dame un consejo para encontrarla.
-Hace
tiempo que no doy consejos amigo Chopin, sólo si puedo, doy
consuelos-
Le dije un tanto aturullado por sus palabras
-Pero
mi buen amigo Chopin, no te afanes en buscar la muerte porque la vida
te llevará derecho a ella...acabé
diciéndole.
La
siguiente vez que supe de él, fue una noche cruda que me dirigía al
Jaque por la calle Jarrería, el viento levantó las hojas de un
periódico meado por los perros quedando abierto en la página de las
esquelas, en la más pequeña de ellas se podía leer:
«Rogad
a Dios en caridad por el alma del señor»
D.
Filiberto Rodrínguez Alcosta alias «Chopin»
(Maestro
al piano)
Que
falleció en el día de ayer, confortado con los auxilios
espirituales
Las
Hermanas de la Caridad de Granada le invitan a participar de tan
sensible pérdida
Chopin
no encontraba la muerte porque nunca buscó en su interior, la
llevaba dentro, el Delirium tremens era su compañero de viaje,
cuentan que su última voluntad, fue que en su epitafio rezara la
frase «Murió
vivo»
y que tiraran la corona hacia atrás a ver quien era el siguiente...
Aquella
madrugada, el cierre fue un mar de lágrimas al brindar por Chopin,
sonaban los compases de «Piano
Man»
al piano y la armónica Billy Joel, «Hay
un anciano sentado cerca de mi haciéndole el amor a su Gin-tonic,
toca otra vez viejo perdedor, haces que me sienta bien»,
cantaba...
No hay comentarios:
Publicar un comentario